Cuando era (aún) más joven, no comía nada de chile. No fue algo que se inculcara en mi casa. Pero cuando entré a la U, y en especial cuando ya tenía un grupo de amigos consolidado con el cuál almorzaba todos los días y en el cual la burla y la mofa era parte del día a día, tuve que aprender a comerlo:
– (inserte nombre de cualquier imberbe que considero amigo): “Mae ¿usted no come chile? ¿Le pica mucho papi?”
– Yo: “No mae, claro que sí como. Solo que no quiero ahorita…”
– Amigo: A ver demuéstrelo…
Y así es como, con tal de demostrar mi hombría (¿que ridiculez verdad?) poco a poco, aguantando muchos mocos y la tos, fui aprendiendo a comer chile. Haciendo la historia corta, 8–9 años después, ya ahora sí como chile. Sigo aprendiendo pero me gusta. Y los chiles o chileros que más me gustan son aquellos que tengan bastante sabor, como los de chile panameño o las típicas chileras de soda.
La cuestión es que tengo un compañero del trabajo, Eduardo, que ha estado haciendo chile en su tiempo libre y lo trae a la oficina para que seamos catadores del asunto. Y no les miento, se la juega el hombre. Son realmente buenas recetas. Pero hay algo que me llama la atención: Eduardo siempre pregunta “¿cómo me quedó esta vez?”.
– Mae super rico, pero está:
— muy picante…— muy líquido…
— más espeso que…
— muy liviano comparado al otro…
— muy (lo que sea)…
A pesar de que le queda muy bien, nunca le ha quedado igual. Unas veces mejores que otras. Y a todo esto no estoy basureando a Eduardo (¡mae no nos cancelés los pedidos de la oficina!), sino más bien quiero referirme a lo difícil que puede ser conseguir una receta constante e íntegra. Es casi una cuestión propia de la alquimia.
Y eso me ha puesto a pensar en la integridad.
Ser intachable → No tener tacha → Es decir, no tener “falta, nota o defecto que se halla en una cosa y la hace imperfecta” (RAE). ¡Qué difícil no equivocarme en mi receta! ¡Que fucking difícil ser íntegro!
Por favor, aquellos que son más conservadores no se asusten por la mala palabra en inglés, pero quiero hacer un punto: Ese soy yo en mi día a día. Todo va bien, estoy concentrado en ser un buen ser humano, hijo, amigo, profesional, y de repente algo pasa y listo: una tacha más la fachada de mi vida, que en lugar de verse como un punto negro en una pared blanca, se ve algo como la siguiente imagen, donde lo que está blanco supongamos que es dónde no he llegado a meter (tanto) las patas:
Me encantaría ser una pared blanca sin mancha ni tacha: perfecta. Pero la verdad es que no es así. Cuando escribo “fucking difícil” es con la intención de denotar que me puedo equivocar, hasta haciendo un blog post de retrospectiva y con un claro tinte cristiano. Puedo ser a veces (o muchas veces) un pachuco. Puedo ser a veces (o muchas veces) egoísta. Puedo ser a veces (o muchas veces) un desconsiderado. Y no es algo de lo que me sienta orgulloso.
“De hecho, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero.” — Romanos 7:19 (NVI)
Pero en esto creo que reside la clave para ser verdaderamente íntegros: en reconocer que en el sentido explícito de la palabra nunca voy a ser intachable. Siempre por más que quiera honrar a Dios y ser mejor persona/cristiano, mi simple condición humana me limita a saber que no seré perfecto por mis propios esfuerzos. Y esto no es una invitación a tener vía libre a hacer lo que me de la gana, sino más bien es una invitación a ver hacia arriba y pedir guía y ayuda.
“¡Pero necesito algo más! Porque si conozco la ley pero aún no puedo cumplirla, y si el poder del pecado dentro de mí sigue saboteando mis mejores intenciones, ¡obviamente necesito ayuda! Me doy cuenta de que no tengo lo que se necesita. Puedo quererlo, pero no puedo hacerlo. … Realmente me deleito en los mandamientos de Dios, pero es bastante obvio que no todo yo se une a ese deleite… He intentado todo y nada ayuda. Estoy al final de mi cuerda. ¿No hay nadie que pueda hacer algo por mí? ¿No es esa la verdadera pregunta? La respuesta, gracias a Dios, es que Jesucristo puede y lo hace. Actuó para arreglar las cosas en esta vida de contradicciones donde quiero servir a Dios con todo mi corazón y mi mente, pero la influencia del pecado me obliga a hacer algo totalmente diferente.” — Romanos 7: 17–25 (Versión traducida de The Message)
Esto me trae paz. Muchísima. Porque no se trata de que tan constante sea mi receta del chile (aunque siempre tengo que buscar la calidad como un estándar), sino que se trata de que ya hay un master chef que mejora la receta constantemente y no se cansa de mí hasta que llegue a ese perfeccionamiento que es su estándar:
“Estoy convencido de esto: el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando” — Filipenses 1:6 (NVI)
Como dirían mis amigos de Fuego: “Tú (Dios) sigues trabajando en mí. Tú no has terminado conmigo. Lo que has comenzado, confío en que lo vas a completar, hasta el día que vengas y estemos frente a frente”.
Es así como en serio me puedo asombrar del poder de Dios. Yo no soy el mismo de ayer, Dios me ha ido llevando y sacando de muchos lugares, pero todavía nos queda mucho que recorrer y me lleva de la mano. Pero creo que este es el principio de la integridad: No es el hecho de no equivocarme sino más bien, buscar no equivocarme pero estar consciente que puedo equivocarme y cuando eso suceda, levantarme y sacudirme el polvo porque la obra no está terminada aún.
Y este es el que quiero que sea mi motor: ese amor que no se cansa de mi, y saber que Dios me aprueba aún (infinitamente) más de lo que yo apruebo el chile que nos regala Eduardo.
-Charlie!