En mi casa hay tres perras, dos schnauzers y una american pulguis (zaguate): Chichí, Cookie y Lucy.
Se las describo rápidamente:
- Cookie: Zaguate. 7 años. Mi papá la recogió en una construcción luego que la pusieron junto con sus hermanos debajo de una llanta para matarlos. Es epiléptica entonces cada cierto tiempo tiene ataques. A pesar de que nunca vivió en la calle, la calle nunca salió de ella y es la mae más pinta de todas y es la que saca comida del basurero y se roba medias. Al mismo tiempo es las más inteligente de todas porque es la única a la que he podido enseñarle trucos.
- Chichí: Schnauzer miniatura. 10 años. Es la reina de la casa básicamente. Hace lo que quiera, y no para de ladrar cuando se le mete el encabronamiento con alguien o algo. Ninguna tiene permiso a subirse al sillón de la Sala de TV… excepto Chichí. Ninguna puede dormir con mi mamá… excepto Chichí. Mis papás salen de paseo y no van mascotas… excepto Chichí. Ustedes entienden la idea.
- Lucy. Schanuzer / danta. 7 años aproximadamente. Nos la regalaron (por ende ya venía con nombre para que no nos juzguen) y al inicio era muy tímida pero hoy por hoy es la pega más pega de las pegas. Siempre está a la sombra de las otras dos, haciendo caras largas pero en el momento que uno la invita a acercarse no lo duda, te salta con su cuerpo de danta y te exige amor y cariño. Si parás, te lo hace saber hasta que sigás rascándole la panza. Sin duda es la más dulce de todas ellas.
Creo que como en muchos hogares con mascotas, estos animales son más que animales: son nuestros amigxs, nuestra compañía, nuestros confidentes, nuestra familia. En mi casa no es la excepción. A las “zaguatas” como les dice mi abuelita, se les da de todo: un refugio, comida (a veces más de la cuenta ¿verdad Lucy y Cookie?), una cama y mucho amor, y todo esto por la módica suma de 0 colones. Las maes no hacen más que ser perras ¿que buen brete verdad? Comida, cariño, casa, un jardín donde hacer necesidades, galletas, más comida, más del 70% de cualquier cama que elijan, besos, abrazos, paseos, cariños en la panza… ¡la buena vida de perros! Muchas veces tengo celos (y de los malos) hacia mis perras por su pudiente estilo de vida. Y a pesar de esta vida 4 estrellas (no las sacamos a caminar tanto y por eso no recibimos mejor calificación) muchas veces experimentamos lo que denomino El síndrome de Lucy, que consiste en ser una perrodanta malagradecida y huir si existe el chance para hacerlo:
Si existe la mínima ventana de oportunidad para ir afuera, Lucy la va a tomar. Son segundos en los que la escapista, a pesar de tener su vida resuelta en nuestras cuatro paredes, da todo por sentado y decide aventurarse al misterio de los desconocido hasta que nosotros vueltos locos nos dividimos para encontrarla en un radio de 500 metros a la redonda (porque a pesar de ser una chancha es rápida la condenada) y que no se nos pierda nuestra amada dantaperro.
Y la rutina se ha repetido varias veces: Alguien deja el portón 25 cm abierto, Lucy se embute en dicha abertura para poder salir, ella se va a caminar, nosotros salimos corriendo, la encontramos y la “regañamos” mientras le damos besos pidiéndole que no lo vuelva a hacer y que no sea malagradecida con todo lo que tiene.
Y un día luego de que esto pasara y le volvía a reclamar a Lucy lo que había hecho por n-ésima vez, me vi a mi mismo muchas veces desperdiciando o dando por menos lo que tengo. Yo también soy Lucy (no soy tan danta nada más, espero…). Yo también sufro del síndrome de Lucy. Y ¿saben quién más sufría del síndrome de Lucy? El hijo pródigo.
El hijo menor le dijo al padre: “Quiero la parte de mi herencia ahora, antes de que mueras”. Entonces el padre accedió a dividir sus bienes entre sus dos hijos. »Pocos días después, el hijo menor empacó sus pertenencias y se mudó a una tierra distante, donde derrochó todo su dinero en una vida desenfrenada. — Lucas 11:12–13 (NTV)
Esa verbo “derrochó”, cómo me duele, porque cuántas veces no nos hemos visto malgastando o dando por menos lo que está a nuestro alcance:
- Uso mis horas de trabajo para ver Netflix…
- El tiempo en la mesa con mi familia/amigxs, paso pegado al teléfono viendo Instagram…
- El aceite del carro lo cambio 5.000 km luego de que le tocaba y le hago daño al motor…
- Me quejo de mi salario…
- Le veo todos los defectos habidos y por haber a mi novix…
La analogía de Lucy puede usarse de dos manera: (1) La positiva donde la perrodanta nos recuerda a no conformarnos con menos y tener ganas de explorar el mundo fuera de lo que nuestras cuatro paredes signifiquen, o (2) la no tan positiva dónde no nos damos cuenta de un montón de bendiciones que tenemos ya mismo y las damos por sentadas o las derrochamos sin ser agradecidxs por las mismas.
A veces me gustaría que cuando Lucy es “rescatada” una vez más ella nos dijera:
“Familia, he pecado contra el cielo y contra ustedes. Ya no soy digna de que me llamen su perrodanta. Les ruego que me traten como a un gatopopótamo” — Lucas 11:18–19 (NTV, modificada obviamente a versión perruna)
Pero la verdad no es necesario que ella haga eso, porque siempre la recibimos con un beso y más cariños en la panza, borrón y cuenta nueva, nada pasó. Somos felices nuevamente. Y que chiva saber que así mucho más es Dios conmigo. No importa las veces que sean las que yo meta las patas, sea un malagradecido con todo lo que recibo en esta vida, o bien malgaste los dones y regalos que tengo; Él siempre me recibe con brazos abiertos y me regala nuevas oportunidades para intentarlo nuevamente:
¡El fiel amor del Señor nunca se acaba! Sus misericordias jamás terminan. Grande es su fidelidad; sus misericordias son nuevas cada mañana. — Lamentaciones 3:22–23 (NTV)
Si soy sincero con ustedes todos los días soy Lucy de una u otra forma. Todos los días son el hijo pródigo. Pero todos los días Dios es un Padre Pródigo. Que la dantaperro nos sirva de invitación a sacarle el jugo al máximo a nuestros dones, habilidades, sueños, metas y regalos que tenemos en nuestra vida ya mismo.
-Charlie!