Estos días han sido de locos en el trabajo y diferentes actividades, razón por la cuál no pude escribir la semana pasada. Pero ya me he podido ir acomodando con los diferentes frentes de acción que tengo en mis días. Inclusive ayer pude ir a la competencia interna del Box (gimnasio de Crossfit) en el que entreno. Y no solo asistí sino que también tuve la oportunidad de ser juez en la competencia.
Vamos a ver, cuando yo entreno generalmente hago un (1) workout y el resto del día paso lamentando mi existencia. Ayer estxs atletas tiraron entre 3 y 5 workouts (dependiendo si llegaban a la final o no). Estxs atletas tenían entre 5 y 60-y-pico de años y lo dieron todo en las diferentes pruebas según su categoría. Y viéndolos, yo solo pensaba “yo no podría hacer esto con el-hambre-que-tengo / el-sol-que-está-haciendo / cualquier-excusa-que-se-viniera-a-la-mente”.
¡Ni siquiera estaba compitiendo, y me estaba auto-saboteando! Eso es algo que se repite (lástimosamente) todos los días cuando voy a hacer ejercicio: Llego al box, calentamos, nos explican el workout e inmediatamente pienso: “que duro, no lo voy a lograr”. Lo irónico es que siempre logro completar el entrenamiento, algunas veces mejores que otras, pero lo logro. Y esto ya lo sé, pero no es un freno para evitar que lo piense instintivamente. Y aún peor, este sabotaje personal se repite en muchas áreas de mi vida: me pasó cuando renuncié para dedicarme a emprender, cuando me contrataron en mi actual empresa pensé que no tenía lo que se necesitaba en mi nuevo trabajo, lo pienso cuando escribo y me cuestiono para qué lo hago. Soy mi peor enemigo. Mi mente me autosabotea.
“ Nada hay tan engañoso como el corazón. No tiene remedio. ¿Quién puede comprenderlo?” — Jeremías 17:9 (NVI)
La cuestión es que ayer durante la competencia pasé meditando esto. Y al ver la cara de lxs competidorxs ayer durante los distintos eventos, habían atletas que estaban disfrutando y también habían quienes estaban frustradxs, y estoy casi seguro que (especialmente estos últimos) su mente los estaba saboteando en ese momento: “¿en qué momento te metiste en esto? ¿quién te dijo que podés competir a este nivel?…” Pero, eso no los detuvo y siguieron. Hubo quienes terminaron sobrados y otros que no finalizaban los diferentes eventos. PERO no importa el fracaso, porque vencieron el obstáculo mental y lo intentaron. Se demostraron que podían hacerlo y le dieron con todo lo que podían. No se dejaron vencer por ese saboteo interno que los tentaba a parar.
Y como escribí antes, esto se ve en muchas áreas de nuestra vida. Y ayer meditaba especialmente en lo que respecta a mi vida espiritual y cómo también ahí me “traigo abajo”. Constantemente pienso que no soy digno del amor de Dios, que no he hecho lo suficiente, que necesito probar que soy “bueno” o “no tan malo”. Cuando es cuestión de recordar que:
“Hace mucho tiempo se me apareció el Señor y me dijo: «Con amor eterno te he amado; por eso te sigo con fidelidad (…)” — Jeremías 31:3 (NVI)
“Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna.” — Juan 3:16 (NVI)
“Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte.” — Efesios 2:8–9 (NVI)
Es la mente la que tengo que vencer, para verdaderamente amarme por el simple hecho de que ya soy amado y que estamos en un proceso de crecimiento integral. Es la mente la que tengo que vencer, para poder amar al prójimo aún cuando me ha hecho daño. Es la mente la que tengo que vencer, para poder dejar la pereza y hacer algo por mi comunidad. Es la mente la que tengo que vencer, cuando quiera traer justicia al mundo en lugar de pensar simplemente que “así son las cosas y ya”.
La disciplina personal como antítesis del auto-saboteo comienza con que dominemos y decidamos lo que queremos pensar, porque sino controlamos lo que pensamos (intencionalmente luego de los pensamientos “reflejo” involuntarios), no podremos controlar lo que hacemos.
Alégrense siempre en el Señor. Insisto: ¡Alégrense! Que su amabilidad sea evidente a todos. El Señor está cerca. No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.
Por último, hermanos, consideren bien todo lo verdadero, todo lo respetable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo digno de admiración, en fin, todo lo que sea excelente o merezca elogio. — Filipenses 4:4–8 (NVI).
El final de esos versículos que acabo de escribir nunca niega que vayan a haber mentiras, deshonras, injusticias, impurezas, odio, repudio o cosas mediocres, pero nos invita a que pensemos en los antónimos de dichas acciones para poder actuar de una manera diferente. No tenemos que ser nuestros pensamientos negativos. No tenemos que ser un reactivo negativo a las cosas negativas que nos pasan.
Esto que escribo hoy es una invitación a que vayamos más allá de la parálisis mental, y disfrutemos de que somos seres humanos limitados pero que eso no nos impida empujar esos límites más allá. Somos seres humanos limitados amados por una fuerza ilimitada e incomprensible. No sé que es todo lo que podemos estar pasando todxs en estos momentos, pero sé que se vale intentarlo, darlo y todo, y que independientemente del resultado celebremos que somos una obra de arte en proceso.
-Charlie!
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